La atención odontológica era muy precaria en Tucumán y en el país, allá por 1880.Piénsese que recién en 1892 se inauguraría en Buenos Aires la primera cátedra de la especialidad, a cargo del doctor Nicasio Etchepareborda.
No era de extrañar, entonces, que ocurrieran casos de lo que hoy llamamos “mala praxis”. En su “Historia médica del Tucumán”, el doctor Antonio Torres escribe que en 1880, el presidente del Tribunal de Medicina de la Provincia, doctor José Mariano Astigueta, resolvió multar con la elevada suma de 50 pesos (o en su defecto, ir a prisión por treinta días), a un tal Guido Benati.
Sucedía que Benati, sin título que lo habilitara, había extraído dos “dientes molares” al vecino Luis Felipe Aguirre, “con la circunstancia agravante de haberle extraído uno sano por error o malicia, y con un fragmento de la mandíbula inferior, cuyas piezas se hallan en esta secretaría”.
Años atrás, la profesora Cristina Nora Fernández me acercó gentilmente unas fichas de su investigación sobre la antigua odontología entre nosotros. Constaba en ellas, por ejemplo, que en 1886 publicitaba sus servicios a los tucumanos el señor F. Miglio, afirmando ser graduado en Roma, en Buenos Aires y en Córdoba. Expresaba que tenía 10 años de práctica, y que utilizaba “los últimos instrumentos inventados en Norteamérica; como ser el Martillo Eléctrico Magnético o revólver, que hace más fácil y menos dolorosa cualquier operación que se ejecute”.
Ese año empezó su ejercicio de varias décadas el doctor Elías Gasset. En los avisos, aseguraba ser “el único diplomado que ejerce legalmente la profesión en la provincia de Tucumán”.